Escrito por Dr. Eduardo Alegría Ezquerra. En el ejercicio práctico de la cardiología clínica el consejo dietético es algo así como el lobo de los cuentos infantiles. Es cuasi inevitable que aparezca pero sabemos que al final fracasará.
Todos estamos convencidos de la importancia de la alimentación en la prevención y el tratamiento de las enfermedades cardiovasculares. Y hemos oído hasta la saciedad que la obesidad es la pandemia de los próximos años. Y sabemos cuáles son los cinco pilares de la dieta correcta para los enfermos del corazón y para los que no quieren serlo: calorías, grasas, carbohidratos, alcohol y sal. Y perseverantemente repetimos a cada paciente la letanía de la importancia de la alimentación y les damos atinados consejos al respecto. Nos escuchan atentamente, pero el efecto se les pasa pronto. Otras veces nos limitamos a entregarles un precioso folleto con dibujos a colores y mensajes sensatos. Casi todos lo leen pero pocos ponen en práctica lo que allí se dice. Aún menos lo conservan. Y todos acaban olvidando los mensajes fundamentales.
Es comprensible la desmoralización del profesional tras años de repetir lo mismo… y constatar una y otra vez lo poco que se cumple. Lo malo es que de la consulta de médicos desalentados no pueden salir sino pacientes desmotivados. Y así se cierra el círculo. Al final, muchos médicos se limitan a la pregunta del título: ¿Qué tal lleva Vd. la dieta? Y casi sin escuchar la respuesta, la recomendación es siempre la misma: cuídese un poco más. O vuelven a entregar el folletito, a la vez que la correspondiente receta de cuantos más fármacos mejor. Y hasta otra.
Pero la respuesta de los pacientes suele ser parecida también: “Doctor, si hago la dieta bastante bien” (o “lo mejor que puedo”). Algunos pacientes mienten conscientemente, pero son los menos. La mayoría están convencidos de que no lo hacen mal. Es muy instructivo escuchar las razones que aducen. La principal es: le aseguro que cumplo la dieta los días normales, pero comprenda que me tengo que permitir alguna alegría (no como antes, no vaya a pensar, doctor). Pero entre navidades, semana santa, cumpleaños, aniversarios diversos, fiestas locales de todo tipo, vacaciones, puentes y demás, son bastantes más de 100 días al año (esto es, casi un 30%) los que parece normal y permisible saltarse la dieta. Y así pasa lo que pasa: el paciente tiene la sensación de que “hace bien la dieta” pero el resultado (sobre todo en lo referente al peso) es pésimo.
Frente a ello, la mayoría de los médicos pasan. Otros prescriben frecuentemente exploraciones analíticas para “motivar” a los pacientes a que se cuiden al ver las cifras de lípidos o de glucemia. Los más sabios recurren a los nutricionistas, decisión inteligente y eficaz.
¿Y los pacientes? Unos se desmoralizan y abandonan el esfuerzo. Otros recurren a diversos profesionales -titulados los menos- de mayor o menor entereza, pero pocas veces obtienen resultados duraderos. O se enmarañan consumiendo productos de herboristería o sometiéndose a dietas milagro, de casi nula eficacia y carísimos.
Deberíamos plasmar en hechos concretos el convencimiento de la importancia de la alimentación en la prevención de las enfermedades cardiovasculares aterotrombóticas y en el tratamiento de otras (hipertensión, diabetes, insuficiencia cardiaca). Y, en consecuencia, darle al consejo dietético la importancia que tiene. Para ello hay que dedicar interés, perseverancia y tiempo. Y, si no lo tenemos, buscarlo. O recurrir a los nutricionistas, profesionales bien preparados, que saben mucho y están encantados de colaborar.
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