En las consultas -y también en los servicios de urgencias- se ven cada vez más asiduamente diversos tipos de pacientes con síntomas variados (palpitaciones, extrasístoles, taquicardia, “subidas de tensión”) cuyo diagnóstico académico se formula genéricamente como “síndromes hiperadrenérgicos”.
Causas bastante frecuentes son el hipertiroidismo o las ferropenias en mujeres jóvenes. Muchos se confunden con taquicardias paroxísticas (o a veces las oscurecen). Bastantes se etiquetan irreflexivamente de “ansiedad”. Pero hay muchos que se deben directamente al consumo inmoderado de bebidas con efecto excitante, xantínico o catecolaminérgico, las cuales están comenzando a convertirse en un problema.
Cada vez hay más personas jóvenes amedrentadas porque presentan los síntomas citados. Y no acaban de creernos cuando les aseguramos que el corazón es normal pero está sometido a un exceso de estímulos externos por ese tipo de bebidas. Aparte el alcohol, que también es una causa frecuente, aislada o combinada. Hay jóvenes que abusan de estos excitantes de forma espeluznante: litros de bebidas con cola, varias con cafeína a dosis altísimas, además de cocaína, pastillas anfetamínicas y qué sé yo qué más. Un verdadero cóctel molotov. No te extrañe que se te acelere el corazón, majo/a, lo raro es que no reviente.
Lo peor es que estas bebidas tienen buena prensa. Una de las más poderosas -o dañinas, según se mire- patrocina varios equipos automovilísticos (bajo diversos nombres en inglés o italiano que publicitan subliminalmente que te dan una fuerza de toro). Otras mueven un negocio mundial de incontables ceros. Además, al estar prohibida la publicidad de bebidas alcohólicas, parece que se han anatematizado estas y se han bendecido las no alcohólicas con una pátina de “benignidad” que las hace parecer inocuas en cualquier cantidad. Bastantes deportistas famosos confiesan sin rubor y hasta con cierto orgullo que consumen latas y latas diarias como la cosa más normal. Todo el mundo conoce y alardea de sus aspectos positivos y nadie se para a pensar en los negativos. Que son bastantes. Para el corazón son dos las consecuencias principales. Una es la relativa a los trastornos metabólicos por los edulcorantes, que dejamos para otra ocasión. La otra es el efecto taquicardizante. Para el cual hay, como para todo, una cierta singularidad o idiosincrasia, pero que en mayor o menor grado a todos afecta.
No es cuestión de demonizar a nadie ni de emprender campañas anti-nada. Con el café el problema es menor. El consumo razonable es bueno, como con casi todo (menos con el tabaco, una vez más). Pero hay dos problemas: el dintel de consumo no perjudicial es muy variable y está por definir; y hay muchos que no son capaces de limitarse a dosis tan “moderadas”. Con el resto de excitantes el problema es que muchos los consumen brutal o agudamente en ciertos momentos, fiestas o requisitos, pero no de forma habitual y morigeradamente. Hoy parece que prima el exceso y lo moderado se tilda de anticuado, cateto, aburrido, rancio o carca. Y así nos va con los síndromes hiperadrenérgicos y los tratamientos “sintomáticos” que muchas veces se les prescriben a los pacientes que los cuentan… ¡a base de sedantes!
Por tanto, ante el paciente que acuda con este tipo de síntomas, aparte de investigar si hay otro problema de los antes citados, indáguese la cantidad y la pauta de consumo de bebidas excitantes y aconséjese firme y razonadamente su abandono o limitación. No simplifiquemos la cuestión informando al paciente con brevedad y al desgaire que el corazón es normal, que los síntomas son banales (¡pero están y preocupan al sujeto!), que se cuide lo que pueda y que la causa es el estrés. De este modo es posible que estemos generando un “síndrome de Ulises”.
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